Gorriona que naciste en la sierra soleada
bajo el ramaje triste del chopo en la alborada;
Pronto a volar aprendiste sobre el cielo, tan gallarda
y pronto del cielo caíste, herida en la cañada.
Dolorida y a mis pies, con el fuego en la mirada,
temblando bajo mi sombra, con la esperanza quebrada.
Rogabas y suplicabas, que por favor te curara;
Sobre mis manos viniste, al calor que te brindaba.
Mil caricias recibiste sobre tus plumas doradas;
sobre mi pecho dormías, segura y acurrucada.
Sobre mi boca comías, y en mi seno reposabas;
el agua fresca bebiste que con mis labios te daba.
Bajo mi amor renacías, y cuando ya te adoraba
despreciándome te fuiste; ya no me necesitabas;
Te rogué; mas no querías quedarte en mi morada
y arrogante tú quisiste, volverte hacia la nada.
Surcando el aire volabas, inconsciente y confiada;
alto y mas alto subiste, creyéndote diosa alada.
Negra sombra de traición te esperaba agazapada,
y bajo sus garras caíste, aturdida y asustada.
Un rayo frío fulguró, que toda te atravesaba
rotas tus alas; tenías la vida al dolor clavada.
Tu blanca suerte acabó, mientras de mí te alejaban;
angustiada me llamaste, piando desesperada.
Aunque de lejos implorabas, no pude yo hacer nada
sobre el cielo te perdiste, dolorida y desgarrada
Gorriona que naciste, en la sierra soleada...;
bajo el ramaje triste del chopo en la alborada.
Autor: Manuel Velasco Fdez. - Abril, 2.012
bajo el ramaje triste del chopo en la alborada;
Pronto a volar aprendiste sobre el cielo, tan gallarda
y pronto del cielo caíste, herida en la cañada.
Dolorida y a mis pies, con el fuego en la mirada,
temblando bajo mi sombra, con la esperanza quebrada.
Rogabas y suplicabas, que por favor te curara;
Sobre mis manos viniste, al calor que te brindaba.
Mil caricias recibiste sobre tus plumas doradas;
sobre mi pecho dormías, segura y acurrucada.
Sobre mi boca comías, y en mi seno reposabas;
el agua fresca bebiste que con mis labios te daba.
Bajo mi amor renacías, y cuando ya te adoraba
despreciándome te fuiste; ya no me necesitabas;
Te rogué; mas no querías quedarte en mi morada
y arrogante tú quisiste, volverte hacia la nada.
Surcando el aire volabas, inconsciente y confiada;
alto y mas alto subiste, creyéndote diosa alada.
Negra sombra de traición te esperaba agazapada,
y bajo sus garras caíste, aturdida y asustada.
Un rayo frío fulguró, que toda te atravesaba
rotas tus alas; tenías la vida al dolor clavada.
Tu blanca suerte acabó, mientras de mí te alejaban;
angustiada me llamaste, piando desesperada.
Aunque de lejos implorabas, no pude yo hacer nada
sobre el cielo te perdiste, dolorida y desgarrada
bajo el ramaje triste del chopo en la alborada.
Autor: Manuel Velasco Fdez. - Abril, 2.012
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